Estimado lector. Por la gracia de Dios, presentamos ante usted el Boletín Electrónico “Travesía por la Vida” un instrumento que CEPROFARENA pone al servicio de la promoción de la familia y defensa de la vida
8.1.07
FAMILIA HOY
Dr. Humbero Zárate, docente de la UCSS
La problemática actual sobre la familia, hoy, en un mundo globalizado que configura nuevas realidades retando a la pareja humana en cuanto a su identidad, que se manifiesta en una crisis de valores en la sociedad y donde se hace necesario revisar una serie de conceptos respecto a la pareja humana conformada por el varón y la mujer, de su misión en la vida y de su plena realización como institución fundamental de dicha sociedad.
La Educación sexuada, hoy, en cuanto a sus roles como varón y mujer, va cambiando conforme va cambiando la realidad, desde que nace el ser humano esta educación ha sido así en principio, sólo que ahora la liberalización de la pareja en relación a la unión matrimonial establecida por el desarrollo del varón y de la mujer como tales, exige una respuesta a la pregunta: ¿Qué perfiles son ideales hoy en día para educar integralmente a la pareja en sus verdaderos roles en la sociedad?
La familia, hoy, centrada en el desarrollo personal como seres humanos de sus integrantes, exige una propia evolución ascendente de su personalidad, para alcanzar la realización plena de su existencia, sin embargo tiene que enfrentar en estos tiempos modernos a las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura, viviendo una familias fieles a los valores que constituyen el fundamento de la institución familiar, otras inseguras y desanimadas de cara a su cometido y en estado de duda o desconocimiento de la verdad de la vida conyugal.
La Situación de la familia en el mundo de hoy presenta aspectos positivos y aspectos negativos. Existe una conciencia más viva de la libertad personal y una mayor atención a la calidad de las relaciones interpersonales en el matrimonio, a la promoción de la dignidad de la mujer, a la procreación responsable, a la educación de los hijos; se tiene además conciencia de la necesidad de desarrollar relaciones entre las familias, en orden a una ayuda recíproca espiritual y material, al conocimiento de la misión propia de la familia, a su responsabilidad en la construcción de una sociedad más justa.
Sin embargo, existe también la degradación de los valores fundamentales que derivan en una equivocada concepción teórica y práctica de la independencia de los cónyuges entre sí; las graves ambigüedades acerca de la relación de autoridad entre padres e hijos; las dificultades concretas que con frecuencia experimenta la familia en la transmisión de los valores; el número cada vez mayor de divorcios, la plaga del aborto, el recurso cada vez más frecuente a la esterilización, la instauración de una verdadera y propia mentalidad anticoncepcional.
En este llamado Tercer Mundo, donde ubican a nuestro país, a las familias les faltan los medios fundamentales para la supervivencia como son el alimento, el trabajo, la vivienda, las medicinas, bien sea las libertades más elementales. En cambio, en los países más ricos, el excesivo bienestar y la mentalidad “consumística”, paradójicamente unida a una cierta angustia e incertidumbre ante el futuro, limitan a los esposos en la decisión de suscitar nuevas vidas humanas conceptuando a la vida como un peligro del que hay que cuidarse.
El estilo de vida que se edifica sobre una gran verdad que plasma al hombre como imagen de Dios y al que ha creado a su semejanza, dice la doctrina haberlo llamado a la existencia por amor y al mismo tiempo al amor, por cuanto este AMOR es la vocación fundamental e innata de todo ser humano.
“Dios es amor” (I Jn 4,8) y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión.(Gaudium et spes, 12) El amor es por tanto la vocación fundamental e innata de todo ser humano.
La sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano, solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte.
La donación física total sería un engaño si no fuese signo y fruto de una donación en la que está presente toda la persona. Esta totalidad, exigida por el amor conyugal, se corresponde también con las exigencias de una fecundidad responsable, la cual, orientada a engendrar una persona humana, supera por su naturaleza el orden puramente biológico y toca una serie de valores personales, para cuyo crecimiento armonioso es necesaria la contribución perdurable y concordada de los padres.
El único «lugar» que hace posible esta donación total es el matrimonio, es decir, el pacto de amor conyugal o elección consciente y libre, con la que el hombre y la mujer aceptan la comunidad íntima de vida y amor, querida por Dios mismo,( Gaudium et spes,48) que sólo bajo esta luz manifiesta su verdadero significado. La institución matrimonial es una exigencia interior del pacto de amor conyugal que se confirma públicamente como único y exclusivo, para que sea vivida así la plena fidelidad.
El matrimonio es el fundamento de la comunidad más amplia de la familia (Gaudium et spes, 50), ya que la institución misma del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y educación de la prole, en la que encuentran su coronación; el amor es esencialmente don y el amor conyugal, a la vez conduce a los esposos al recíproco «conocimiento» que les hace «una sola carne»,(Gen. 2, 24)) no se agota dentro de la pareja, ya que los hace capaces de la máxima donación posible, por la cual se convierten en cooperadores de Dios en el don de la vida a una nueva persona humana. Los cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad del hijo, don preciosísimo del matrimonio, reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre.
Al hacerse padres, los esposos reciben el don de una nueva responsabilidad. Su amor paterno está llamado a ser para los hijos el signo visible del mismo amor de Dios, «del que proviene toda paternidad en el cielo y en la tierra».(Ef. 3, 15).Sin embargo, no se debe olvidar que incluso cuando la procreación no es posible, no por esto pierde su valor la vida conyugal. La esterilidad física, en efecto, puede dar ocasión a los esposos para otros servicios importantes a la vida de la persona humana, como por ejemplo la adopción, la diversas formas de obras educativas, la ayuda a otras familias, a los niños pobres o minusválidos.
En el matrimonio y en la familia se constituye un conjunto de relaciones interpersonales —relación conyugal, paternidad-maternidad, filiación, fraternidad— mediante las cuales toda persona humana queda introducida en la «familia humana». El matrimonio y la familia edifican la sociedad; en efecto, dentro de la familia la persona humana es introducida, mediante la educación, en la comunidad humana.
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