CURSO SOBRE SEXUALIDAD EN LA EDUCACION INTEGRAL DE LA PERSONA HUMANA Módulo 26. Ideología de Género
Por Jorge Scala(i)
1 Introducción:
El "género" es una ideología que se pretende imponer a través de los medios de prensa, pero también con el sistema educativo formal. Prueba de ello es que la nueva ley de educación exige que la misma sea -como contenido transversal-, con "perspectiva de género". Esto es tan absurdo como si se exigiera un contenido transversal con "perspectiva histórica", "geográfica", o "económica". Nada de ello ocurrió jamás. Estamos frente a una ideología que, al estilo del nazismo o el marxismo, debe imponerse, pues de lo contrario nadie la aceptaría. En este estudio veremos qué es y cómo funcionan las ideologías; luego estudiaremos en concreto en qué consiste la ideología de género; describiremos después las consecuencias en la vida social y las instituciones, en caso de imponerse tal ideología y, finalmente la refutaremos desde los puntos de vista empírico, psicológico y antropológico.
2 ¿Qué son las ideologías? ¿Cómo se imponen?
La mal llamada “teoría” -perspectiva, enfoque, etc.- de “género” es, en realidad, una ideología. Es la más perversa de finales del segundo milenio. Una ideología es un cuerpo doctrinal coherente y cerrado sobre sí mismo -al estilo de las matemáticas-, donde quien ingresó al sistema de pensamiento, no puede salir de él. Está claro que tales doctrinas no se compadecen con la realidad; sino que son puras abstracciones, con medias verdades, que son las peores mentiras… El ideólogo no busca la verdad, ni el bien de los demás, sino simplemente la conquista de sus voluntades, para utilizarlas con un fin personal, político o geopolítico.
Por tanto, la ideología de género es necesariamente ambigua. Utiliza el engaño, como un medio imprescindible para alcanzar su finalidad. La razón es obvia: quien pretende utilizar a los demás en su propio provecho, no puede decirlo abiertamente. El ideólogo utiliza el engaño, como una herramienta diaria de trabajo; de modo semejante al carpintero que usa el torno, clavos y serrucho, en forma permanente.
La ideología de género es una de las formas actuales del gnosticismo; es atea y antitea; reconoce a Dios y pretende combatirlo. Niega por principio, la naturaleza de las cosas y de las personas; porque reconocer la naturaleza lleva -necesariamente-, a referirse Su Autor, y a las leyes que El ha impuesto a ésta. La necesidad argumental de negar la naturaleza, lleva a los ideólogos del género, a caer en flagrantes contradicciones y, además, a negar aspectos evidentes de la realidad. Y este es el rasgo más perverso del género.
Esta ideología, por sus propias limitaciones intelectuales, no podría aspirar a salir fuera de pequeños círculos esotéricos, compuestos por resentidos sociales, si no fuera por la utilización de una táctica de “lavado de cerebro”, al estilo sectario, pero con dimensiones globales. Esta táctica se aplica en un movimiento de pinzas, utilizando para ello los mal llamados “medios de comunicación social” [ii], y el sistema educativo formal. La estrategia tiene tres etapas: a) La primera consiste en utilizar una palabra del lenguaje común, cambiándole el contenido en forma subrepticia; b) luego, se va “bombardeando” a la opinión pública, a través de los medios de masas y la escuela -esto último por la mayor receptividad de los niños-, utilizando la vieja palabra, pero acercándose progresivamente al nuevo significado de la misma; y c) finalmente la gente acepta el término antiguo, con el nuevo contenido. El prototipo de esta táctica es la palabra “género”. Veamos:
3 La ideología de género:
En el lenguaje se define el género masculino o femenino de las palabras, de manera arbitraria -es decir, sin que tenga relación alguna con la sexualidad, por ejemplo: la mesa es de género femenino y el vaso es de género masculino, sin que en ninguno de ambos casos, haya connotación sexual alguna-. Extrapolando esto a los seres humanos, se pretende sostener que hay un sexo biológico, que nos es dado y, por ende, resulta definitivo; pero -a la vez-, toda persona puede construir libremente su sexo psicológico o “género”.
Al comienzo, se usan los términos sexo y género, de modo intercambiable, como si fueran sinónimos y luego, cuando la gente se acostumbró a utilizar la palabra género, se le va añadiendo, imperceptiblemente, el nuevo significado de “sexo construido socialmente”, por contraposición al sexo biológico. El proceso final, es el común de los mortales hablando de género, como una autoconstrucción libre de la propia sexualidad. Y el cerebro ya quedó lavado...
Esa libertad para “construir” el propio “género”, se interpreta como autonomía absoluta, en dos sentidos simultáneos: 1º) cada uno interpreta como quiere qué es ser varón y qué es ser mujer; interpretación que, además, podrá variar cuantas veces el sujeto lo estime conveniente; y 2º) cada persona puede elegir hoy y ahora, si quiere ser varón o mujer -con el contenido subjetivo que ella misma haya dado a esos términos-, y cambiar de decisión cuantas veces le plazca. A esa elección absolutamente autónoma, la denominan “opción sexual”.
Ahora bien, en la “construcción del género”, interviene también la percepción que el resto de la sociedad tiene, sobre lo que es ser varón o ser mujer. Y esto crea una doble interacción: por un lado, cada persona con su concepción del género, influye en la sociedad; y por el otro, la sociedad toda influye en lo que cada persona percibe, como el contenido del género. Por esto se afirma que el género sería: el “sexo socialmente construido”.
Otro aspecto que importa subrayar, es que si el género se construye autónomamente, no tienen sentido -es más, serían ideas perniciosas-, las concepciones de la complementariedad de los sexos y, por ende, la norma de la heterosexualidad en las relaciones humanas. El matrimonio sería una opción para quienes la quieran, pero es una opción más, de igual valor que la cohabitación sin compromisos, las relaciones ocasionales, la prostitución, la homosexualidad, la pederastia, el bestialismo, etc. Cada uno elige autónomamente lo que quiere y le gusta, y no sólo nadie debe impedírselo, sino que el Estado debe facilitarle los medios a cada persona, para satisfacer sus instintos sexuales a su gusto, sin correr el riesgo de un “embarazo no deseado”, o de contraer una enfermedad sexualmente transmitida. El único límite es la violación de la "libertad sexual" de un tercero. Estos son los “derechos sexuales y reproductivos”, reivindicados por el feminismo fundamentalista.
La “desigualdad de género” sería la que ocurre, cuando los varones están a cargo de la vida pública, el poder y el trabajo; y las mujeres de la vida privada y la procreación; ésta impide a las mujeres participar en la vida pública y, por ende, tener poder. Esto explica que la maternidad, es vista como un mal por el feminismo radical, y por eso reivindica el “derecho” al aborto. El “empoderamiento” de la mujer, tendería a superar la “desigualdad de género”, haciéndola participar del poder y la vida pública.
Por contraposición la “igualdad de género”, implicaría que mujeres y varones somos iguales, pero en sentido de idénticos, y no en el tener igual dignidad y derechos. Esto es una consecuencia del presupuesto antropológico, según el cual todo ser humano podría -con autonomía absoluta-, elegir su propio género, ya que esto vale tanto para varones como para mujeres. Por ello, la diferencia biológica sexual, es percibida casi como una provocación a la confrontación -mujeres boxeadoras o futbolistas-, y no como un llamado a la complementariedad.
Otros vocablos derivados de esta ideología, y que tienen un significado preciso, son el “sexismo” y la “homofobia”. El “sexismo” sería poner cualquier límite a la conducta sexual -por ejemplo, penalizar la prostitución, la pornografía, la esterilización voluntaria, la homosexualidad, etc.; esas serían leyes “sexistas”-. Si cada uno construye su género autónomamente, y no hay leyes de la naturaleza, es tan válido ser heterosexual que homosexual, bisexual, transexual, travestido, transgénero, y todas las perversiones inventadas o a inventarse.
La “homofobia”, sería considerar que las relaciones naturales entre los seres humanos, son las heterosexuales. Eso sería tener fobia a la igualdad -entendida como identidad- entre los géneros... En definitiva, se trata de imponer una nueva antropología, que es el origen de una nueva cosmología, y promueve un cambio total, en las pautas morales de la sociedad.
4 Las consecuencias sociales e institucionales de la ideología de género:
Resulta fácil advertir las consecuencias en la familia y en la sociedad, en caso que se llegara a imponer la ideología de género, en la cultura popular de nuestro pueblo argentino. Evidentemente, si cada quien "construye" con autonomía absoluta su sexualidad psicológica, sin ninguna relación con la biológica, entonces:
a) No existiría más el matrimonio, porque toda unión sexual tendría igual valor;
b) No existiría más la familia, porque cualquier clase de unión sexual sería el origen de un nuevo "tipo" de familia. Si todo es familia, a la postre, nada es familia…
c) No habría más varón ni mujer, todos seríamos andróginos, porque si cualquiera le da el contenido que quiere a la feminidad y la masculinidad, sin que nadie pueda objetarlo, entonces ya no existiría más esa distinción, sólo reservada a lo biológico.
d) La entrega gratuita de contraceptivos, las esterilizaciones voluntarias, la instrucción genital en las escuelas y el aborto, pasarían a ser considerados derechos humanos fundamentales -los derechos sexuales y reproductivos-.
e) Terminaría colapsando la misma sociedad, por la destrucción de su célula básica -la familia, basada en el matrimonio heterosexual, monogámico e indisoluble o, al menos, estable-.
5 Refutación empírica de la ideología de género:
El método científico, propio de las ciencias empíricas, en líneas generales, funciona del siguiente modo: Se trata de dar una explicación satisfactoria, de la o las causas de un fenómeno determinado. Para ello, se elabora una hipótesis; esto es, una explicación racional de las causas, del mencionado fenómeno. Luego se intenta la verificación empírica -utilizando para ello diversos aparatos de medición-, de la consistencia mayor, menor o ninguna de la hipótesis elaborada. Mientras la hipótesis no sea verificada empíricamente, queda en una mera hipótesis. Si las pruebas empíricas son negativas, la hipótesis se desecha. Finalmente, en caso que la hipótesis obtenga una consistente verificación empírica, pasa a la categoría de teoría.
Ahora bien, las teorías se mantienen como válidas, hasta tanto no aparezca una teoría posterior superadora; ya sea porque un aparato de medición más preciso, demuestre que la supuesta verificación empírica era errónea; o bien porque la nueva teoría, permite la explicación de un mayor número de fenómenos, relacionados con el anterior; o por otros motivos, que los científicos consideren decisivos. Apliquemos ahora el método científico a la ideología de género.
"En el desarrollo y aceptación del feminismo de género jugó un papel importante un médico, el doctor John Money de la John Hopkins University de Baltimore (USA). Fue él quien comenzó a usar la palabra 'género' con un sentido distinto al exclusivamente gramatical. Sostenía que lo que llamó identidad de género de una persona dependía exclusivamente de la educación recibida y podía ser distinta al sexo biológico de esa persona. En una obra suya relató y presentó como prueba irrefutable de su teoría un caso del que había sido testigo. Se trataba de dos gemelos univitelinos de sexo masculino. Uno de ellos había sufrido una amputación del pene en una operación de circuncisión; los padres acudieron al Dr. Money que les aconsejó que lo castraran y lo educaran como una mujer. Según el citado médico, el experimento había dado como resultado que uno de los dos gemelos desarrolló una identidad masculina y el otro una identidad femenina. Parecía, pues, irrefutable que era la educación y no la naturaleza quien tiene la última palabra en la determinación de la identidad de género" [iii].
Ahora bien, en primer lugar debo subrayar el fraude metodológico del trabajo. En las ciencias, la verificación experimental debe ser proporcionada al fenómeno observado. Obviamente, para sostener que los aspectos biológicos no son decisivos en la sexualidad humana -cuando todas nuestras células son sexuadas y del mismo sexo-, sino que lo es la educación; se necesita una verificación experimental, en un número significativo de personas. Uno en seis mil millones que sea diferente, jamás puede alcanzar para demostrar que ese es el individuo normal, y el resto de la humanidad es anormal… Es decir, que el experimento de Money -aún cuando hubiera sido verdadero-, no demostraba nada. Ahora bien, el asunto es que esa única "verificación empírica", no fue tal, sino una falsificación cruel. En efecto [iv]:
Los gemelos son Bruce y Brian Reimer, y la desgraciada circuncisión de Bruce ocurrió en 1.965. Sus padres, Janet y Ron Reimer, vieron al Dr. Money en un programa de televisión, donde "aseguraba que es posible que los bebés tuvieran un sexo neutral al nacer, un sexo indefinido, que se puede cambiar en el desarrollo de su vida", explicó más tarde Janet Reimer a John Colapinto, autor de un libro sobre este experimento titulado 'Tal como la naturaleza lo hizo'". Los padres se comunicaron con Money, quien aceptó el desafío de intervenir quirúrgicamente, y educar a Bruce como mujer, utilizando a Brian -con igual herencia genética-, como un perfecto control del experimento. El 3 de julio de 1.967, se produjo la castración de Bruce, y su simulación genital externa femenina. A partir de esa fecha, Bruce fue llamado Brenda. "Money envió a la familia de vuelta a casa con instrucciones muy estrictas. 'Nos dijo que no habláramos del tema, que no le contáramos la verdad y, sobre todo, que jamás debería saber que no era una niña'".
"Las cosas fueron mal desde el principio. Janet Reimer recuerda lo que ocurrió cuando le puso a Brenda su primer vestido, justo antes de que cumpliese los dos años. 'Intentó arrancárselo, romperlo. Recuerdo que pensé: ¡Dios mío, sabe que es un chico y no quiere que la vista como a una chica!'. A Brenda la atacaban constantemente en el colegio. Cuando orinaba de pie en el baño, la amenazaban con una navaja". El chico recordó este drama del siguiente modo: "Fue una especie de lavado de cerebro… Daría cualquier cosa porque un hipnotizador lograra borrar todos los recuerdos de mi pasado. Es una tortura que no soporto. Lo que me hicieron en el cuerpo no es tan grave como lo que aquello provocó en mi mente"…
Llegada a la adolescencia de Brenda, Money que ya había usufructuado su "experimento", se alejó de la familia Reimer. En 1.980, su padre le contó toda la verdad. A las pocas semanas de ello, Brenda optó por un largo proceso quirúrgico -faloplastia-, que luego de cinco años le devolvió la perdida apariencia masculina, y adoptó el nombre de pila de David. A los 23 años conoció a Jane, una madre soltera con tres hijos, con la que se casó más adelante. En el año 2.000, su historia se hizo pública a través del libro del Dr. John Colapinto, ya reseñado. Poco después de su publicación, David y Jane se divorciaron. El año 2.002, su hermano gemelo Brian Reimer se suicidó. David se sintió responsable de su muerte, por lo que visitaba su tumba a diario. Dos años después, el propio David -o Bruce- Reimer se suicidó, dando por finalizado definitivamente, el trágico "experimento" del Dr. Money. El género nunca tuvo ninguna comprobación empírica.
5.1 Refutación sociológica y psicológica de la ideología de género:
a. Ahora bien, va de suyo que también existe la posibilidad, de estudiar los comportamientos libres de las personas, utilizando para ello herramientas empíricas. Así, la psicología investigará experimentalmente, ciertos mecanismos del alma humana, o la sociología analizará estadísticamente, determinados comportamientos derivados de la naturaleza social del hombre.
Ahora bien, cualquiera de este tipo de ciencias sociales, utiliza como método propio de trabajo, herramientas muy inadecuadas, para verificar los comportamientos libres, de los seres humanos. Simplificando algo la cuestión, se trata de reducir a términos matemáticos, las conductas cambiantes -por ser libres-, de los hombres. Tarea absolutamente imposible. Por ello, hay quienes niegan carácter científico, a las ciencias humanas experimentales. Todo indica que no les faltan razones.
Así las cosas, la psicología y la sociología, desgajadas de los conocimientos filosóficos, pueden llegar a las conclusiones más disparatadas -al margen de la buena o mala fe, que pudieran tener los diversos autores-. Doy razones: en medicina se sabe bien cómo funcionan correctamente, los órganos y tejidos que componen el cuerpo humano -como lo hacen siempre de igual manera, es relativamente fácil percibirlo. Luego se trabaja sobre casos clínicos, en base a estadísticas, para establecer parámetros de normalidad y patología, y la eficiencia de cada medicamento, según sea la enfermedad en cuestión.
Ahora bien, este mismo esquema no puede reproducirse sin más, en la psicología clínica. Ello porque allí, la "parte" del paciente objeto de estudio, actúa de modo radicalmente libre -al contrario de las "partes" objetos de la medicina, que funcionan siempre de igual modo-. Por ello, sería absurdo deducir la normalidad o anormalidad de un comportamiento psíquico, en base a la mayor o menor repetición de un hecho, en una población determinada. Por ejemplo: la gran cantidad de personas con diversos grados de depresión, no pueden convertirla en un comportamiento psíquico normal o natural [v].
Por otra parte, hay otro elemento fundamental a tener en cuenta: muchas veces las estadísticas están direccionadas previamente; para dar un pretendido valor científico, a la postura ideológica preconcebida. Es muy conocido el monumental fraude de los estudios del zoólogo Alfred C. Kinsey, sobre la sexualidad humana, efectuados entre presos condenados por la comisión de delitos sexuales. Con ellos, Kinsey pretendió -y propagandísticamente lo logró-, homologar todo tipo de aberraciones en materia sexual [vi].
Finalmente, queda por considerar sintéticamente, un aspecto más que invalida, o al menos minimiza el grado de certeza, reduciéndolo a la mera probabilidad. El hecho que, en casi todos los trabajos de campo en sociología, el universo de los entrevistados es mínimo, y las preguntas que se les formulan -por las propias técnicas de las encuestas-, no permiten desarrollar en profundidad, el verdadero pensamiento de los entrevistados. El error metodológico es el de siempre: pretender reducir los términos cualitativos, a parámetros cuantitativos. Esto que hasta cierto punto es válido para seres irracionales, resulta absolutamente inadecuado, para estudiar las decisiones libres de los seres humanos. Además, se trata de decisiones que -como es evidente-, pueden ser modificadas más adelante, por el mismo sujeto entrevistado. De allí que dos sociólogos cualesquiera, son capaces de sostener exactamente lo contrario, simultáneamente y respecto de lo mismo. E incluso, muchos de ellos se contradicen a sí mismos, entre un escrito anterior y el siguiente.
b. El médico psiquiatra Lorenzo García Samartino, sostiene que "las pautas de comportamiento masculinas o femeninas que el niño, según su capacidad de aprender y aprehender, transformó en hábito, y que concuerdan en mayor o menor grado con los roles asignados para el varón y la mujer por la sociedad, se denomina identidad de género. Comienza a edad muy temprana y se puede establecer en forma más o menos independiente de la identidad de sexo y de la orientación sexual" [vii]. En el mismo trabajo describe en una tabla las "desviaciones del Rol de Género" (machismo y feminismo) [viii] y las "desviaciones de la identidad de Género" (afeminado, marimacho, androginia y travestismo) [ix]. Es decir que la categoría género, es utilizada por los sexólogos, para describir ciertas desviaciones psicológicas [x]. Sin embargo, no parece necesario acudir a ella.
Es preciso aclarar que el rol, es un papel que se desempeña -por ejemplo-, en una obra de teatro. El actor no es aquél a quien representa; simplemente lo imita. Por ello, es imposible la asignación de roles sexuales, tanto sea a título personal, como por la sociedad. Obro como varón, porque lo soy; no hay de mi parte "actuación" alguna. Soy varón y ejerzo; y punto final. Puedo dejarme el pelo más o menos largo, ponerme la ropa que quiera, etc., y ello no puede menguar un ápice mi masculinidad; al margen de lo que piense quienquiera, pensar lo que se le ocurra... Y ello es así porque esos elementos accidentales, nada tienen que ver con la virilidad. Del mismo modo que podemos pintar el mismo automóvil de verde, amarillo o azul, y continuará siendo el mismo automotor.
Ahora bien, subrayé el tema del rol, porque estimo inaceptable, que la normalidad psíquica de una persona, dependa de su adecuación o no, a lo que supuestamente la sociedad habría asignado, como "roles para el varón y la mujer". Para que esto sea aceptable, alguien tendría de dar razones lógicas y verificables, de cuál es el mecanismo que tendría la sociedad, para asignar válidamente los "roles para el varón y la mujer"; y, además, qué forma tiene el común de los mortales, de acceder al conocimiento concreto, de cuáles son los roles asignados por la sociedad -de lo contrario sería cotidiana, la tragedia de millones de varones cumpliendo roles femeninos, y viceversa-. Ahora bien, en buena lógica, si no existe un mecanismo válido para que la sociedad asigne roles; y -más importante aún-, si nadie puede saber cuáles son los roles socialmente asignados; ningún terapeuta sería capaz de descubrir, "roles e identidades de género" normales y desviados. Por tanto, estamos hablando de cosas hipotéticas, que no tienen existencia real.
Dicho de otro modo, es imposible que el equilibrio psíquico de los seres humanos, dependa de cambiantes percepciones subjetivas. Para ello, habría que negar la esencia humana. O sostener que la esencia humana sería cambiante; pero esto tampoco resiste la evidencia. En efecto, basta leer la literatura universal -en especial la épica y la amorosa-: en todos los tiempos y en todas las tradiciones culturales, los temas y los enfoques -el fondo-, son idénticos; sólo varía el modo de presentarlos -la forma estética-. Si la esencia humana fuera cambiante, esta homogeneidad literaria no sería posible, ni siquiera imaginable.
Sostengo -porque es evidente, se puede demostrar racionalmente y, además, mostrar empíricamente-, la unicidad de cada ser humano. Además de ello, sostengo que el hombre es sexuado por naturaleza, vale decir que el componente sexual no es un accidente, ni un añadido a la condición humana, sino que integra su esencia. Dicho de otro modo, no es posible que exista un ser humano asexuado. Por tanto, la normalidad requiere, necesariamente, la integración armoniosa de los aspectos biológico-corporales-sexuales, con los psíquicos y espirituales. Cualquier desequilibrio implica anormalidad. Hay tantos tipos de anormalidades, como de desequilibrios posibles.
Ahora bien, para describir algunas patologías relacionadas con la sexualidad, no es necesario utilizar el término género, ni ningún otro fuera de "sexo". Más arriba demostré la inexistencia del género en su acepción psicológica. En estos momentos no quiero decir que, como ese concepto de género no es real -no existe-, entonces no se puede utilizar, para describir enfermedades del alma; ello es excesivamente obvio. Deseo subrayar algo muy diferente: cualquier patología que implica desarmonía personal, en materia que toca a la sexualidad, como el ser humano es sexuado y único por naturaleza, será siempre una enfermedad de carácter sexual -aún cuando no se manifieste en los órganos genitales, sino en la constitución psíquica de la persona-. Si para tal descripción, se admitiera el vocablo género -o cualquier otro fuera de sexo-, se incurriría en uno de dos errores inadmisibles -o en ambos-, a saber: o bien, que el ser humano no es sexuado constitutivamente y por sí mismo; o que cada uno de nosotros, está compuesto por dos sustancias diferentes (cuerpo y alma) o, al menos dos componentes que pueden actuar, en forma absolutamente autónoma. Fuerza es reconocer dos cosas: 1°) que la sexualidad es un componente no sólo biológico del ser humano, sino que abarca todos sus aspectos; y, como consecuencia: 2°) que en todo caso, se tratará siempre de patologías sexuales -tengan o no manifestaciones a nivel orgánico genital-.
Por otra parte, las enfermedades mentales deben reputarse tales, por criterios objetivos y científicos, jamás podrían depender de una "construcción cultural", o de lo que determinen mayorías circunstanciales. Aún cuando se hiciera un plebiscito, y diera como resultado que la paranoia no debería considerarse una enfermedad mental, no por ello sería signo de equilibrio mental. Esto es obvio. Y esto no es ciencia ficción o una exuberante imaginación. En efecto: "Una acción de lobby les llevó en 1973 a obligar a la asociación de psiquíatras americanos a borrar la homosexualidad de la lista de las enfermedades mentales. Esta decisión fue adoptada mediante una votación (5.816 votos a favor y 3.817 votos en contra), y no como consecuencia de un estudio real. Por primera vez en la historia, una decisión que afectaba a una cuestión científica se ventilaba con una simple votación, lo que provocó fuertes reacciones en la asociación y la promesa de no tratar nunca más cuestiones psiquiátricas de manera tan poco rigurosa en el futuro" [xi].
5.2 Refutación antropológica de la ideología de género:
Antes de seguir avanzando, es preciso hacer un par de distinciones muy elementales, pero que nos van a permitir entender correctamente el sentido preciso de dos vocablos que serán muy utilizados: igualdad y diferencia.
En efecto, el término igualdad, puede entenderse de dos modos distintos; puesto que la igualdad puede significar identidad absoluta, o igualdad en algún aspecto y diversidad en otro. Vemos que en el mundo físico no humano, habitualmente la igualdad significa identidad. Por ello, dos gotas de agua son iguales -en el sentido de idénticas-, puesto que tienen la misma composición química, el mismo color y sabor, e iguales propiedades físicas.
Dos gotas de agua son iguales porque son idénticas. Pero entre los seres humanos no sucede así. Aún dos hermanos gemelos, cuya apariencia física externa es idéntica, son dos personas diferentes, cada una con su propia personalidad. Los seres humanos somos iguales en dignidad y derechos -y en esos aspectos la igualdad implica identidad-; pero somos muy diversos, tanto en la apariencia física, como en lo psíquico y espiritual. En sentido pleno no habrá nunca, dos personas idénticas. Como estamos refiriéndonos a seres humanos-, el vocablo igualdad, significará siempre igualdad en la diversidad, igualdad de dignidad y de derechos, pero jamás identidad.
A su vez, la palabra diferencia, aplicada a los seres humanos, puede tener dos connotaciones distintas. Podemos ser diferentes tanto sea para competir -como en el caso de dos atletas-; o para complementarnos, como sucede con los socios de una sociedad comercial; donde, por ejemplo, uno de ellos aporta su conocimiento para la fabricación de un producto, y el otro la habilidad para venderlo. En estos casos, es evidente que quien fabrica un producto excelente, pero no lo sabe vender, o quien es un gran vendedor, pero ofrece productos mediocres, difícilmente podrían prosperar económicamente. Sin embargo, si unen sus esfuerzos, el resultado final será muy superior, a la sumatoria de lo que el genio de cada uno de ellos, les permitió lograr por separado. Es así que la complementariedad de las diferencias entre seres humanos, conlleva a la mutua sinergia, y potenciación de los resultados.
Es evidente -sin necesidad de demostración alguna-, que mujeres y varones somos distintos. Además, cuanta mayor es la complejidad de los aspectos analizados, las disimilitudes entre nosotros, se hacen cada vez más profundas. Es así, que las diferencias anatómicas entre mujeres y varones, son menores a las fisiológicas; y estas -a su vez-, son menos acusadas que las psicológicas; y, finalmente, las diferencias mayores las encontramos en los aspectos espirituales. En especial, lo que más nos distingue es el modo de amar. Sin embargo, a pesar de todo lo dicho, somos iguales. Tenemos idéntica dignidad y derechos. Pero nuestra igualdad no implica identidad, sino que somos iguales en la diversidad. Y esa diversidad, tiene un sentido muy preciso: complementarnos, para lograr juntos, un proyecto superador.
Parece indiscutible el sentido de la complementariedad, en la vida familiar. El complemento biológico permite, a mujeres y varones, cooperar con algo tan maravilloso y misterioso, como es la transmisión de la vida humana. Pero la humanidad no se transmite sólo biológicamente, al modo de los animales. Por ejemplo, un potrillo una hora después de nacer, ya debe pararse sobre sus patas, y mamar de la yegua que lo trajo al mundo; pues de lo contrario, si no es capaz de alimentarse por sus propios medios, en pocas horas más habrá de morir. No sucede así entre los humanos, donde hay algunos que ni siquiera en toda su vida, han sido capaces de alimentarse por sí mismos… Y a todos, ese simple acto de supervivencia, nos llevó unos cuantos años de aprendizaje. Entonces, la transmisión de la humanidad, implica un largo y lento proceso educativo; obra maravillosa, que necesita la complementariedad mujer-varón, prolongada en el tiempo, mucho más allá de los nueve meses de gestación.
Ahora bien, esta complementariedad entre mujeres y varones, no debe limitarse al campo familiar. En el siglo XX, las mujeres luchan por sus derechos civiles y políticos, y también, por integrarse al mundo del trabajo. Lo logran, pero se insertan en un mundo laboral masculino; pero sin cambiar las reglas de juego, que no se adaptan al mundo femenino. Dicho de otro modo, la mujer se integra al mundo laboral, en buena medida masculinizándose, en el sentido de adaptarse a las reglas impuestas -previamente- por los varones; reglas existentes en un cosmos laboral, integrado sólo por exponentes del sexo masculino. A la postre, la mujer se integra al mundo del trabajo, sin aportar su genio propio, y compitiendo con los varones, con reglas de juego masculinas. El resultado de esta situación, lo tenemos a la vista, y ha sido agudamente descrito por muchas mujeres: menor rendimiento -en lo laboral, en lo familiar y personal-, y mayor frustración.
De todo lo dicho hasta el momento, hay dos cosas que lucen evidentes: 1°) que el mundo laboral exclusivamente masculino, es imperfecto y tiene carencias importantes -a la vez, tiene valores positivos que no deberían perderse-; y 2°) que la inserción de la mujer, intentando adaptarse a un mundo laboral masculino, ha provocado tensiones, tanto en los ámbitos del trabajo y del hogar, cuanto al interior de las propias mujeres. Ambos problemas pueden superarse, si mujeres y varones colaboramos juntos, en la creación de un nuevo mundo laboral; un mundo nuevo que integre -armónicamente-, el genio femenino con el genio masculino.
Un modo de refutar la ideología de género en lo antropológico, es mostrar las principales diferencias naturales entre mujeres y varones. Son muchas, me limitaré a tres que son fundamentales: a) el diferente modo de percibir la realidad, que tenemos los varones y las mujeres; b) la distinta forma de reaccionar frente a un hecho externo, según sea la óptica femenina o la masculina; y c) el valor disímil que otorgamos a las palabras y los gestos, según nuestra pertenencia al sexo masculino o femenino. Veamos:
La percepción de la realidad de varones y mujeres: Siendo ambos igualmente humanos, nuestras diferencias son muy notables. Incluso a veces, son graciosas. Por ejemplo, nuestros golpes de vista son casi opuestos. Es divertido llevar a la punta de un cerro, a una mujer y un varón, sentarlos juntos, y hacerles mirar el paisaje que tienen frente a sus ojos, durante un minuto, y que después describan, lo que acaban de ver. Quien los escuche, imaginará que están hablando de lugares diferentes. El varón tendrá una visión global acabada: hay cuatro cerros, un valle recorrido por un río caudaloso, dos caseríos -uno a la mitad del valle y el otro río abajo-, etc.; pero en el golpe de vista, no percibió ningún detalle. Por el contrario, la mujer habrá captado unos cuantos detalles: había una cabra que tenía una pata quebrada, un señor trepando un monte subido a una mula, unos chicos jugando en una playa pequeña en el recodo del río; y junto a ello, una visión confusa del conjunto: el paisaje estaba todo lleno de montañas.
Si esto pasa con la percepción sensible; las diferencias son aún más acusadas, cuando se trata de captar la realidad, con las capacidades espirituales. En efecto: hay algo así como una correlación, entre la percepción visual de varones y mujeres, y el modo de aproximarnos a la realidad, sea con la inteligencia, con los afectos o los sentimientos. La visión estratégica, la capacidad de síntesis, el amor a toda la humanidad -incluso a expensas del próximo-, la pasión por la cosa pública, son actitudes varoniles. En cambio, la percepción sensible y amorosa de cada uno de los detalles, el interés auténtico por acoger al próximo -sobre todo si tiene alguna dificultad-, y transformar en acogedores los espacios físicos que ocupa, son modos femeninos de relacionarse con el entorno.
¿Cómo reaccionamos frente a un hecho externo, mujeres y varones?: Frente a cualquier hecho externo, una mujer reacciona con toda su personalidad, integrando su inteligencia, su voluntad y sus afectos. Por eso, algunas veces puede reír y llorar en forma simultánea; y entonces, los varones decimos: -¡Está loca!. Y no es cierto, no está loca, simplemente es mujer, y reacciona como tal.
En cambio, los varones reaccionamos desintegradamente. El primer contacto es puramente racional; la voluntad y los sentimientos quedan como entre paréntesis. Por eso, muchas veces las mujeres dicen: -¡No tiene sentimientos!. Y esto tampoco es cierto; los varones tenemos sentimientos; pero no a flor de piel, sino en un momento posterior.
Obviamente, este modo diverso de reaccionar frente a los estímulos externos, impacta directamente en cualquier circunstancia vital -sea vida familiar, trabajo, vida social, etc.-.
El valor de las palabras y los gestos, para los varones y las mujeres: Decíamos recién que la mujer reacciona integradamente, frente a los acontecimientos externos. Eso es cierto. Sin embargo, una respuesta integrada no implica -necesariamente-, que sea armónica; es decir un tercio de inteligencia, un tercio de voluntad y un tercio de afectos. Generalmente no ocurre así: la reacción es integrada, pero suele predominar alguno de esos elementos. Por ello, cuando predominó el sentimiento, una mujer puede decirle al novio, que llegó unos minutos tarde a la cita: -¡Te odio!. En realidad, esa frase no lo dice la persona, sino sólo sus sentimientos y, además, sólo respecto de la tardanza. Cinco minutos después, mientras conversa con el pretendiente, que le recrimina sus crueles palabras; la misma mujer le dice, con total frescura: -¡Jamás en mi vida dije que te odiaba!; provocando una mezcla de desconcierto y furia en el prometido. En realidad, esa novia no ha mentido: primero habló sólo el sentimiento, no habló su persona; luego, ya más serena y dueña de la situación, dice la realidad: nunca te odié, por el contrario te amo.
Las mujeres son concientes que muchas veces no hablan ellas, sino sólo sus sentimientos. Por este motivo, para una mujer la palabra tiene un valor relativo. En cambio, lo que tiene un valor absoluto, son los gestos. Y ellas tienen un finísima intuición para captar -muchas veces sin poder explicarlo-, todo lo que hay detrás de un gesto, cualquiera que fuere.
Por el contrario, si un varón en un momento de tranquilidad -es decir fuera de un ataque de cólera-, dice: -Te odio; esa frase ha sido muy meditada, y es completamente real. Está odiando con toda su persona. Por nuestro modo de reaccionar frente a los acontecimientos externos, los varones razonamos antes de hablar; y por eso le damos un valor absoluto a las palabras; ya que han sido cuidadosamente meditadas. En cambio, por nuestro modo global de aproximarnos a la realidad, nos cuesta captar los gestos; ni siquiera los percibimos; y, muchas veces, aún cuando los captamos, no sabemos interpretarlos. Los gestos para nosotros, tienen un valor relativo.
Ahora bien, este modo diverso de valorar gestos y palabras, provoca un sinfín de desinteligencias entre nosotros. Algunas son muy graciosas, por ejemplo cuando la esposa le reclama al cónyuge, porque hace mucho que no le dice que la ama. El marido se desconcierta, y sólo atina a responder: -Pero si hace 25 años -la noche de bodas-, te dije que te quería. Ya te lo dije. Ya lo sabes. Para qué te lo voy a repetir, si ya lo sabes. Estás enojada, como si te hubiera dicho que no te quiero más, y nunca te dije eso; no te entiendo, ¿qué te pasa?...
El conflicto es lógico, cada uno actuó conforme su estructura femenina o masculina. El marido le dijo una vez que la quería, y como no cambió de idea, consideró que no necesitaba decirle nada más al respecto. Su palabra tiene un valor absoluto, por eso repetir lo mismo, sería devaluarla. Después de 25 años de espera, a la esposa -que recuerda perfectamente el momento y circunstancias, de la única vez que el marido dijo amarla-, no le alcanza una palabra -poco valorada por ella de por sí- y, además, tan antigua. Necesita gestos concretos de su marido, y los reclama de modo indirecto: se queja porque no le dice que la ama; pero, en el fondo, le importa poco y nada lo que él le diga. Quiere más gestos concretos y tangibles, de que le importa, de que la considera, de que le da su lugar; a la postre, de que la ama realmente.
Llegamos aquí a un punto crucial. En efecto: no nos queda más alternativa, que reconocer que somos diferentes. Ahora bien, el sólo reconocimiento de esa realidad, no implica ningún juicio valorativo. Y es preciso hacer ese juicio. En concreto, es preciso interrogarnos, si las disimilitudes naturales y constitutivas, entre varones y mujeres, ¿son buenas o son malas?; o, formular la pregunta de un modo más provocativo: ¿qué es mejor, ser mujer o ser varón?. Ambas incógnitas son inquietantes, y puede que las respuestas también lo sean. Obviamente, cada quien tendrá su opinión.
Habrá personas que encuentren malas las diferencias, porque dificultan el entendimiento mutuo. Esto se ve muy patentemente entre los chicos y chicas, desde los 10 a los 13 ó 14 años, cuando se ignoran olímpicamente entre sí; sólo hacen amistades entre los de su sexo, y desprecian a los del otro. Están empezando a experimentar sus cualidades propias, y sólo congenian con quienes las pueden compartir. Y huyen precipitadamente, del mundo que les resulta incomprensible. Sólo más adelante, cuando estimen dominarse a sí mismos, comenzarán tímidamente a aproximarse.
Otras personas -entre las que me incluyo-, consideramos absolutamente providenciales y geniales, esas diferencias. El mito del andrógino, el del yin y el yan, o las famosas dos medias naranjas, expresan de un modo poético, esta hermosa realidad. Nuestras diferencias nos permiten explorar mutuamente, dos mundos desconocidos. Y luego de ir corriendo ese velo, podemos conquistar ese otro mundo del que carecemos. Digo conquistar, no en el sentido de una ilegítima apropiación de lo ajeno; sino, muy por el contrario, de hacer crecer tanto nuestra personalidad, que nos permite acceder y movernos con soltura, en el otro cosmos. Y luego de ello, estamos en condiciones de crear un nuevo mundo, que complemente las capacidades de ambos -cualidades a primera vista contradictorias-; pero que, con paciencia y sabiduría, pueden integrarse armónicamente, en un proyecto superador.
Dicho en pocas palabras: es preciso descubrir, que las cualidades de las que naturalmente carecemos, no son defectos ajenos; sino que, muy por el contrario, son virtudes de otras personas, de las cuales tengo mucho que aprender. Y esto es decisivo: no es que mi visión global masculina, sea mejor que la visión detallista femenina. Ninguna es mejor que la otra. Ambas son diferentes; pero el sentido de la diferencia es complementarse -en perfecta sinergia-, para concretar un proyecto nuevo, distinto y superador; que hubiera sido imposible realizar sólo a las mujeres, o sólo a los varones.
Por otra parte, debo subrayar que no hay actividades exclusiva o propiamente femeninas o masculinas; salvo aquellas que dependen de características físicas excluyentes -dar de mamar es una actividad imposible para cualquier varón-. Lo que sí hay, son modos innatos femeninos o masculinos de efectuar las mismas obras [xii]. También existen tareas, para las cuales resultan indiferentes los modos masculino o femenino de realizarlas, y otras donde el modo innato femenino, resulta más o menos apto, que el masculino. Naturalmente, las habilidades -sean innatas o adquiridas-, hay que mejorarlas con la continua repetición de actos. Por ello, varones y mujeres podemos adquirir cualidades, que no formaban parte de nuestro acervo temperamental; e incluso llegar a un grado muy alto, en el ejercicio de dichas habilidades.
A esta altura del razonamiento, luce evidente que las diferencias entre mujeres y varones, sólo pueden tener la finalidad de ser un aporte conjunto, a un proyecto superador; el proyecto vital para ambos sexos. Ahora bien, ¿cuál es ese bendito proyecto común?. La respuesta es sencilla: la procreación, pero entendida en sentido omnicomprensivo, y no reducida al aspecto meramente biológico. Me explico:
Es evidente que para la subsistencia de la especie humana -el bien más elemental que como colectivo necesitamos-; es necesaria la procreación, esto es, la unión sexual fecunda entre una mujer y un varón. También es patente para cualquiera, que la extrema orfandad, y la gran complejidad del ser humano, exigen que la relación entre los progenitores no sea circunstancial, sino que forme parte de un proyecto vital de ambos. Esto explica la temprana aparición del matrimonio -desde que hay noticias históricas de la especie humana-, y su increíble supervivencia en todas las culturas, y a través de todos sus avatares. Ahora bien, además de la necesidad de la permanencia del vínculo, y de la convivencia matrimonial; es también patente, la importancia del aporte de cada uno de los progenitores, en la educación de los hijos. Ello es así, porque cada uno actúa, desde su feminidad y masculinidad; no sólo enriqueciendo las vivencias de la prole, sino -y sobre todo-, preparándolo para vivir en la sociedad, que es un mundo bipolar.
Vale decir que para, la procreación y educación de los hijos, el aporte de la maternidad y el de la paternidad son -ambos-, insustituibles. Y esto caracteriza lo que es más propio -y por ende, define- cada uno de los sexos. En definitiva, ser mujer es la maternidad [xiii], y ser varón es la paternidad [xiv]. Ahora bien, esto hay que entenderlo en un sentido antropológico y no biológico. Por tanto, son independientes del hecho de haber sido madre o padre.
Sin embargo, destaco que el hecho biológico de concebir o engendrar -siendo el más sublime-, no es el único, ni el más frecuente modo de procreación, de los seres humanos. En efecto, el hombre al ser la única criatura inteligente que puebla la tierra; puede con su razón y su voluntad, modificar el medio ambiente y a los seres inferiores -vegetales y animales-, casi sin límites. Es más, hasta donde llega la mano del hombre, llega también esa modificación, de todo lo que lo rodea: seres inanimados, plantas y semovientes. Todo es modificado, sistemáticamente, por el ser humano: ciudades, campos de cultivo y de cría de ganado -incluso modificando genéticamente las especies-, presas hidroeléctricas, rutas, medios de transporte, barcos, submarinos, aviones. Y la relación con el microcosmos, a través de las vacunas, o con el macrocosmos, mediante los vehículos interplanetarios. Nada deja de ser modificado por la inteligencia, la voluntad y el trabajo humanos. Y este hecho también evidente, ¿no es acaso una re-creación de la naturaleza?. En sentido omnicomprensivo, el ser humano procrea, al transformar el medio ambiente y los demás seres vivos. Pero esa re-creación de la naturaleza, no puede ser realizada sólo a través del prisma, de uno de los sexos. Es una tarea común, donde cada uno de ellos puede -y debe-, aportar su genio propio, diferente y complementario. Sintéticamente, el proyecto común entre mujeres y varones, es hacer un mundo más pleno y más humano.
Con todas estas reflexiones a partir de lo evidente, deseo subrayar que la perfección propia del varón, implica la conjunción armoniosa de varios elementos: a) la tendencia instintiva a la paternidad; y, por ende, al sexo complementario; b) un modo paterno de pensar, amar y sentir; c) modalidad que lo lleva a ejercer la paternidad en todos sus actos, no sólo los que directa o indirectamente se relacionan con engendrar hijos, sino en la totalidad de su actuación libre. Ahora bien, para ello necesita aprender a ejercitar sus cualidades y virtudes, de modo masculino; y para esto el modelo paterno es insustituible, por connaturalidad; y el materno es también insustituible, pero por contraste. Obviamente, viceversa para la mujer. Por tanto, el modo de ser femenino es la maternidad, y el modo de ser masculino es la paternidad, al margen -como ya se ha dicho-, del hecho biológico de haber concebido o engendrado, algún hijo.
Finalmente, en este orden de ideas, resulta sencillo comprender, las muchas falacias que encierra el género. En primer lugar, su concepción dualista de la persona humana, al desgajarla de los aspectos biológicos del sexo. Después, la negación de una esencia propiamente humana, y su concreción en dos modos de ser diferentes: mujer y varón. También es falaz, la imaginada autonomía absoluta, para "construir" (sic) personal y socialmente, la masculinidad y feminidad. Por ello, son conductas enfermizas el machismo, feminismo, afeminado, marimacho, travesti, transexual, homosexual, bisexual, pederasta, zoófilo, promiscuo sexual, etc. Por último, es también falsa la necesidad de lucha dialéctica por el poder, entre varones y mujeres. Como hemos visto, todos los postulados antropológicos del género son falsos.
[i] Dr. Jorge Scala. CURSO SOBRE SEXUALIDAD EN LA EDUCACION INTEGRAL DE LA PERSONA HUMANA Módulo 26. Ideología de Género.
[ii] En realidad son medios de propaganda (de ideas) y de publicidad (de mercancías). El teléfono es, propiamente, un medio de comunicación, porque intercomunica a dos personas; los periódicos, la radio y la televisión, son unidireccionales, de modo que no hay propiamente comunicación alguna entre seres humanos, sino sólo propagación de ideas (propaganda) o publicidad de productos y servicios. El principal éxito de los medios es hacernos creer que son medios de “comunicación”....
[iii] Mora, Rafael, "La ideología de género: exposición y crítica", pro manuscripto.
[iv] Lo que relato a continuación, es una síntesis del artículo de Burkeman, Oliver y Youngue, Gary, "David no aguantó ser 'Brenda', se suicida el hombre que vivió macabro experimento del Dr. Money", publicado en "Mundo Salud", 2.004.
[v] Obviamente se puede distinguir entre la normalidad "estadística", y la que se adecua a la naturaleza humana. En el ejemplo dado, puede haber una normalidad estadística, consistente en un tanto por ciento de enfermos de depresión; pero ello no implica que la depresión sea un componente normal, de la naturaleza humana.
[vi] Kinsey, A., Pomeroy, W.B. y Martin C.E., "Conducta sexual del hombre", Ed. Siglo XX, Buenos Aires, 1967.
[vii] García Samartino, Lorenzo, "Tratamiento de una mujer con conductas homosexuales", en la revista Vida y Etica, Año 2, n° 2, del Instituto de Bioética de la Pontificia Universidad Católica Argentina, diciembre 2.001, pág. 113.
[viii] El feminismo no es un machismo de las mujeres; aunque tengan algunos aspectos comunes. El machismo es una lacra cultural, sin pretensiones teóricas, no está sustentado en ningún cuerpo doctrinal, pero es una realidad presente en muchos varones. Por el contrario, el feminismo es una ideología, con pretensiones académicas, pero cuya existencia real se limita a muy pocas mujeres.
[ix] García Samartino, Lorenzo, op. cit., Tabla 2, pág. 171.
[x] Tales desviaciones se refieren sólo a lo normal "estadístico", pues los sexólogos suelen ignorar la naturaleza humana.
[xi] Anatrella, Tony, "Homosexualidad y homofobia", trabajo publicado en el "Lexicón", compilado por el Pontificio Consejo para la Familia, Ed. Palabra, Madrid, 2.004, pág. 557.
[xii] Excede este trabajo por lo que apenas esbozaré una reflexión. Las diferencias más abismales entre los sexos, parecen darse en el modo de vivir las virtudes -especialmente en el modo de amar-. Y ello al margen de las peculiaridades de cada ser humano.
[xiii] La maternidad es la cualidad por la cual las mujeres: 1°) están siempre presentes -aún a la distancia-; y 2°) esa presencia implica incondicionalidad absoluta.
[xiv] La paternidad es la misión masculina, que es el fruto de una tensión entre la autoridad y el cariño. Ahora bien, esa autoridad depende, exclusivamente, del buen ejemplo, y no de la fuerza bruta o la arbitrariedad.
Las teorías de género es algo muy importante. Pienso que, con bastante retraso, la sociedad se ha dado cuenta de toda esta acción que, quien la conozca con detalle y desde la espiritualidad, se puede calificar de diabólica. Ahora bien, no sé si un blog es un lugar adecuado para publicar toda la conferencia, o un amplio resumen. Me parece un poco excesivo. Si está ya publicado en otro lugar de Internet, basta con un comentario y linkarlo. Ánimo con todo.-manuel
ResponderBorrarCiertamente el artículo es un poco largo, pero estamos seguros que los interesados se tomarán el tiempo para leerlo y sacar provecho de él.
ResponderBorrarVaya cantidad de falacias acabo de leer. Este tipo es del Opus Dei.
ResponderBorrarNo caigamos en la falacia "Ad Hominen". Si argumenta en que no está de acuerdo se puede conversar.
ResponderBorrarMartín Tantaleán
CEPROFARENA - PERU
Siguiento el primer comentario: En efecto, las cuestiones de género son buenas en la medida que mejoran las condiciones de la mujer. Se trata de una injusticia considerar a la mujer como un ser inferior al varón. Sin embargo, el modo en que se está llevando actualmente es totalmente erróneo. Varón y mujer somos iguales pero distintos, y para saberlo sólo hace falta echar un ojo a cuestiones científicas... Y he leído toda la conferencia sin cansancio... Saludos.
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